Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa
Hemos celebrado con gozo y alegría las fiestas navideñas originadas por el nacimiento de Jesús nuestro salvador. Junto con el coro de los ángeles hemos vuelto a entonar el himno del Gloria a Dios en las alturas; con los pastores hemos contemplado el portal de belén que manifiesta el amor misericordioso de Dios por nosotros y como José y María, nuestra mirada ha puesto la atención en el rostro del niño Dios que refleja ternura, misericordia y paz. En este último domingo del año, la Liturgia católica nos invita a celebrar a la Sagrada Familia que está integrada por María, José y el niño Jesús. María y José acogen con fe la voluntad de Dios, ellos reciben a Jesús niño, lo protegen de los peligros que lo acechan, viven sus deberes religiosos en el templo y enfrentan además las preocupaciones de una familia normal cuando se ven obligados a emigrar porque deben proteger la integridad y la vida de su hijo; ellos contribuyen además para que Jesús crezca en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios. La Biblia nos revela en muchos lugares cómo Jesús se hizo semejante a nosotros. La familia de Nazaret es un caso emblemático y una muestra más de las formas que ha tomado el misterio de la encarnación. Jesús no sólo se encarnó en las entrañas de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35) sino que quiso nacer dentro de una familia natural para santificarla, dignificarla y recordarnos el proyecto divino que Dios tiene para los seres humanos. El Hijo de Dios no se apareció simplemente con una figura humana sino que asumió también nuestra condición (Flp 2, 6-11) desde el momento de la concepción, viviendo un proceso de gestación y naciendo como todos los seres humanos. Ya desde ese aspecto observamos que Dios no se avergüenza de la condición humana, sino que la asume y la dignifica. La familia es el lugar natural desde donde se acoge la vida, se protege y se educa. La Sagrada Familia es modelo y figura de todas las familias humanas. Por medio de Jesús, José y María, Dios quiso revelarnos su proyecto salvífico en clave de familia. La familia es tan importante para todo ser humano que Dios mismo quiso que su hijo naciera en el seno de un hogar, el hogar de Nazaret. Este domingo también, nos encontramos en la víspera de año nuevo. Delante de nosotros tenemos 12 meses para llenarlos de buenas obras. De ahí los buenos propósitos que siempre debemos tener. Un propósito es como una meta que nos anima a caminar. Es como una ruta de vida que nos señala el camino. Al respecto, bien vale la pena tener presente lo que San Pablo decía a los Gálatas: “mientras tengamos tiempo hagamos el bien a todos” (Gal 6, 10). En este nuevo año que está por comenzar será importante cuidar la relación con las dos anclas del ser humano. Nos referimos a Dios y a la familia. Estas dos realidades son fundamentales en la vida personal y comunitaria. La relación con Dios la cultivamos por medio de su Palabra, los sacramentos, la vida de oración y la práctica de la caridad. La familia es la escuela de la vida y la palestra donde uno aprende todo tipo valores. La familia da identidad y pertenencia, forma en el carácter, sostiene en los momentos de prueba y de fragilidad; es el espacio natural para aliviar las heridas y animar al que se siente abatido. En este año que comenzaremos debemos seguir comprometiéndonos con los valores de la vida humana, el trabajo, la solidaridad, la justicia, el respeto y la verdad. Es importante trabajar y poner nuestro mejor esfuerzo por construir la paz y la concordia en sus diferentes niveles: en el país, en la familia y lo personal. Cada uno desde su propia vocación y misión dando lo mejor de sí. ¡Feliz año nuevo 2018!